Entre la Tiranía y la Democracia


Por: Luis Loaiza Rincón *

 

Esta historia comenzó en Grecia hace más de dos mil quinientos años, cuando algunos hombres llegaron al poder y su mal proceder quedó registrado para la posteridad. Gracias a esos registros sabemos que, dominados por la desmesura, el orgullo y la arrogancia, tales hombres marcaron con violencia el destino de su comunidad, convirtiéndose en "tiranos".

 

El tirano surgió, entonces, como un líder reivindicador de las inquietudes políticas de las mayorías, hasta convertirse en opresor. Por tanto, el poder del tirano no se establece por su virtud, sino por el uso de la fuerza, el fraude y la arbitrariedad.

 

El fundamento de la tiranía en la Grecia antigua fue la iniquidad, fuente de ilegalidad e injusticia. Para Aristóteles, los fines permanentes de la tiranía son: "Primero, el abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan nunca en conspirar; segundo, la desconfianza de unos ciudadanos respecto de otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén bastante unidos para poder concertarse; y así es que el tirano persigue a los hombres de bien como enemigos directos de su poder, no sólo porque éstos rechazan todo despotismo como degradante, sino porque tienen fe en sí mismos y obtienen la confianza de los demás, y además son incapaces de hacer traición ni a sí mismos ni a nadie; por último, el tercer fin que se propone la tiranía es la extenuación y el empobrecimiento de los súbditos; porque no se emprende ninguna cosa imposible, y por consiguiente el derrocar a la tiranía, cuando no hay medios de hacerla. Por tanto, todas las precauciones del tirano pueden clasificarse en tres grupos, como acabamos de indicar, pudiendo decirse que todos sus medios de salvación se agrupan alrededor de estas tres bases: producir la desconfianza entre los ciudadanos, debilitarles y degradarlos moralmente" (Aristóteles. La Política. Capítulo IX. De los medios de conservación en los Estados monárquicos).

 

En este mismo capítulo, Aristóteles detalla algunos de los medios que la tiranía empleaba para conservar su poder:

 

.- Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante.

.- Deshacerse de los hombres de corazón.

.- Prohibir las asociaciones.

.- Ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; "es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo".

.- Poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público

.- Hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos a los otros, "porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza".

.- Saber los menores movimientos de los ciudadanos, "y obligarles en cierta manera a que no salgan de las puertas de la ciudad, para estar siempre al corriente de lo que hacen, y acostumbrarles, mediante esta continua esclavitud, a la bajeza y a la pusilanimidad".

.- Saber todo lo que dicen y todo lo que hacen los súbditos.

.- Tener espías para la delación, "gentes que se enteren de todo en las sociedades y en las reuniones, porque es uno menos franco cuando se teme el espionaje, y si se habla, todo se sabe".

.- Sembrar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos.

.- Poner en pugna unos amigos con otros.

.- Empobrecer a los súbditos, "para que por una parte no le cueste nada sostener su guardia, y por otra, ocupados aquéllos en procurarse los medios diarios de subsistencia, no tengan tiempo para conspirar".

.- Aplicar altas tasas impositivas para abrumar y empobrecer a la población.

.- Incitar a la guerra "para tener en actividad a sus súbditos e imponerles la necesidad perpetua de un jefe militar".

 

A partir del 650 a.C., y durante unos cien años, casi toda Grecia adoptó la tiranía como forma de gobierno: un solo hombre frente al "demos". Un solo hombre que, a su vez, siempre siguió la misma ruta: acceder al poder de forma inconstitucional, generalmente a través de un golpe de fuerza, contando para ello con el apoyo de las clases bajas.

 

Los tiranos manipularon el anhelo del "demos hoplítico" de conseguir el poder político y terminaron atrapándolo en su propio beneficio, gobernando de forma cruel, lo que generó una fuerte reacción de odio. Sin embargo, para mandar de forma absoluta, y por encima de las leyes, por algún tiempo sedujeron a las mayorías permitiendo el acceso de los más necesitados a la tierra que expropiaban a los aristócratas y emprendiendo grandes obras públicas (como templos, canales, cloacas), para darle trabajo a los más pobres a cambio de un salario.

 

Dado que el poder tiránico es una carga que agobia y pesa tanto a los opresores como a sus oprimidos, en la Edad Media se llegó a elaborar, desde la filosofía, la teología y el derecho, una compleja teoría sobre el tiranicidio. Para ello se distinguió entre el tirano por falta de título, o sea, la tiranía como conquista arbitraria del poder; y la tiranía como ejercicio arbitrario del poder. La primera significa usurpación. La segunda, un ejercicio corrompido del gobierno. Frente a ellas no quedaba sino deponer al tirano o reivindicar la licitud de ejercer el propio derecho de resistencia.

 

De manera que en Grecia, un aristócrata con ambiciones de poder, en medio de la enconada lucha de facciones con sus pares, incorporó al pueblo en general en su propio bando hasta reorganizar unas instituciones que avanzaron en la dirección del autogobierno de los ciudadanos. Así que cuando en Grecia se empezó a hablar de "demokratía" todos entendieron que con esa palabra se designaba una muy particular relación entre los ciudadanos atenienses y entre éstos y su polis. Así, desde el principio, no hay democracia sin ciudadanos y sin una polis o Estado que permita a sus ciudadanos expresarse y decidir.

 

La guerra y el avance de la técnica militar también ayudaron a dar ese paso. Si las clases bajas (el demos hoplítico) eran buenas para defender la polis con la vida, también lo eran para participar en la definición de su destino político. Todo se concretó con la llamada "emancipación de los siervos" que aplicó Solón y con las reformas de Clístenes y Efialtes que extendieron la participación política de una manera organizada en toda la extensión del Ática.

 

Esta participación implicaba igualdad de palabra (isegoría), igualdad ante las leyes e igualdad para participar en la promulgación o revocación de las leyes (isonomía). También se necesitaba del sufragio universal para que los ciudadanos pudieran intervenir en todos los negocios públicos, nombrar magistrados, discutir leyes, dictar justicia, decidir la paz o la guerra y participar en la redacción de los tratados y alianzas.

 

Esta democracia era directa porque se basaba en el ejercicio directo del poder político, en la adopción colectiva de decisiones y exigía una especie de "ciudadano total" dedicado por completo al servicio público. Fustel de Coulanges nos dirá que el voto de cada ciudadano es para él una de las cuestiones más serias de su vida, que "los intereses individuales están inseparablemente unidos al interés del Estado" y que frente a eso "el hombre no puede ser indiferente ni ligero".

 

Ahora bien, los alcances, fines y valores de la democracia antigua difieren enormemente de los de la moderna. La democracia moderna es representativa, basada en el control y limitación del poder. En Grecia era desconocida la distinción entre esfera pública y privada. Por tanto, la democracia nació sin tener nada que ver con el "individualismo" y con eso que hoy llamamos "pluralismo", o sea, el respeto de la diferencia y diversidad como nutrientes del orden político.

 

Hoy, cuando hablamos de democracia, también es preciso diferenciar la democracia como ideal social y la democracia como método o procedimiento. Savater nos dirá que la democracia como ideal social o substancial busca "crear una sociedad tal que todos sus miembros tengan igual posibilidad de realizar sus capacidades", requiriéndose para ello "medidas oportunas que corrijan las desigualdades de fortuna producto del nacimiento, la habilidad o la desdicha, de modo que cualquiera pueda ver desarrollado y cumplido lo mejor de sí mismo". Por su parte, la democracia procedimental o formal se entiende como método o conjunto de reglas y se refiere, en última instancia, a los procedimientos para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones vinculantes para toda la comunidad. Así entendida, la democracia se asegura el absoluto respeto de la voluntad general a través del sufragio universal, las elecciones libres, la existencia de más de un partido político y el acceso a fuentes de información distintas y alternativas.

 

En la práctica, la democracia como como método o conjunto de reglas no sobrevive sin un ideal social que oriente la acción del gobierno para corregir desigualdades e injusticias. Recordemos las palabras del ex presidente Rafael Caldera, cuando el 4 de febrero de 1992, desde el Congreso Nacional expresó: "Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer. De impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia (…) La democracia no puede existir si los pueblos no comen".

 

Está claro que en los últimos dos mil quinientos años han pasado muchas cosas para que hoy aceptemos la democracia como el sistema por excelencia para legitimar el ejercicio de la autoridad política. Aun así, no podemos pensar que la democracia, una vez establecida, dure para siempre. Sin ciudadanos comprometidos, responsables y conscientes de la necesidad de enfrentar las amenazas que a cada instante surgen de la desmesura de megalómanos, demagogos, aventureros e ignorantes, la democracia no tiene futuro. Se trata, por tanto, de una lucha permanente e inteligente, muy alejada del odio, por cierto.


*). Luis Loaiza Rincón es Politólogo, Profesor Jubilado de la Escuela de Ciencias Políticas ULA. Mérida, Venezuela.

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