Por: Luis Loaiza Rincón *
El muy político arte de birlibirloque (encantamiento), tan cercano al realismo mágico de nuestro medio, encuentra su más famosa formulación en una novela italiana de mediados del siglo XX, "El Gatopardo" (1958), en la que el autor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), pone en boca de unos de los protagonistas, el joven Tancredi, la frase: "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie".
Un siglo antes, en Francia, el crítico, periodista y novelista Jean-Baptiste Alphonse Karr (1808-1890), había planteado el asunto en un artículo de 1849 en la revista satírica Les Guêpes, con los siguientes términos: "Cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo".
En ambos casos hablamos de cambio y cinismo, de un juego de poder en el que se finge aplicar grandes cambios para mantener el "statu quo" y que sigan mandando los mismos, o algunos muy parecidos.
Analíticamente se trata de una arista, de un escenario probable, que no debemos descartar. El asunto no es desdeñar el cambio por innecesario, o porque se asuma que independientemente de lo que se haga todo seguirá igual. Se trata, por el contrario, de entender que el cambio no llega nada más invocándolo y que los países que han recorrido esa vía con responsabilidad, pudieron ver la profundidad y proyección histórica de lo que buscaban.
No obstante, en las épocas de crisis, en las que los vínculos de confianza se debilitan, los enfrentamientos se encarnizan y la angustia se difunde; es cuando más atentos debemos estar ante la posibilidad del cambio.
Con espíritu crítico hay que tener claro que en Venezuela algunos de los que tienen más de veinte años acumulando abundantes privilegios y derrotas no les interesa ningún cambio. Igual que a los funcionarios electos con períodos vencidos desde hace décadas, que exigen un cambio de todo, menos de sus cargos.
Eso genera gran desconfianza, la misma que provoca quienes hacen política, no desde las calles ni desde los espacios democráticos; sino desde el escándalo que casi siempre conduce al ridículo.
Pero en los albores del cambio también se entiende que los partidos políticos devenidos en franquicias muy pocas veces sobreviven a sus dueños; que quedarse atrapado en viejas glorias casi siempre impide ajustarse al presente y al futuro y que la política necesita de todos, pero especialmente de quienes saben y pueden liderar la sociedad en la dirección de alcanzar sus fines superiores.
No obstante, es importante que cada vez sean más los que entiendan que estimular la polarización, el odio y la radicalización acaba, tanto con los políticos, como con la política, abriéndoles el paso a unos aventureros mucho más peligrosos.
Tampoco está bien que avancemos a ciegas, sin saber en qué nos embarcamos, qué ganamos y qué perdemos. Estaremos mal si después de iniciado el recorrido nos termina asaltando alguna nostalgia. Tengamos presente que en la ruta de descenso, los países no tocan fondo, pero los ciudadanos sí. Finalmente, y como "un aviso a los navegantes", hay que prepararse por sí los cambios esperados no necesariamente resuelven los problemas enfrentados, sobre todo si se nos ha agotado la paciencia.
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