La Brujula Perdida

La Brujula Perdida

Imaginemos por un momento que vivimos sin organización social y que cada uno busca exclusivamente su propia sobrevivencia, en aguerrida competencia con otros. Que, en función de esa lucha, somos infinitamente desconfiados y que no existen límites morales; que estamos en guerra de todos contra todos; que no hay compasión y que, únicamente, la resistencia de los otros dificulta la obtención de nuestros deseos. Imaginemos que, en esas circunstancias, sólo podamos sobrevivir guiados por nuestros instintos, ingenio y todas nuestras fuerzas. No obstante, imaginemos también que, en medio de esa terrible tragedia, los seres humanos podemos alejarnos de la confrontación porque el temor a la muerte es tan grande que nos obliga a parar y pensar: Todos queremos vivir y todos queremos una vida confortable gracias al esfuerzo propio. ¿Qué debemos hacer entonces? Detener la lucha, acordarnos con los otros, entendernos, establecer límites, encontrar los frenos que permitan concretar la propia conservación, seguridad y alcanzar la paz.

Aunque esta descripción no sea estrictamente histórica, algunos regímenes políticos han puesto a sus sociedades en condiciones que guardan cierto parecido. Sería terrible vivir sin solidaridad, compasión, dignidad y sin los límites que a todos nos debe imponer la ley.

Estas ideas desarrolladas por el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588–1679), hoy tienen especial impacto. En su libro Leviatán (1651), sentó las bases de la teoría contractualista, de gran influencia en el desarrollo de la filosofía política occidental. Además de ser considerado el teórico por excelencia del absolutismo político, en su pensamiento aparecen conceptos fundamentales para el liberalismo, como la del carácter convencional del Estado, que conlleva a la posterior distinción entre Estado y sociedad civil.

Según está concepción, evitar la catástrofe implica acordar un contrato social y establecer una sociedad civil que sustituya al terrible estado de guerra de todos contra todos. Varias "leyes naturales" hacen posible que tal paso se produzca: 1. La búsqueda y el seguimiento de la paz mientras pueda obtenerse. 2. La capacidad de renunciar a los propios derechos, lo que abre la posibilidad de establecer un contrato con otros seres humanos. 3. La obligación de cumplir los pactos y aceptar las consecuencias que de ellos se deriven, una vez constituida la sociedad civil.

De múltiples implicaciones, este pensamiento nos evoca varias precisiones que siguen siendo muy útiles hoy en día:

 1.- Una sociedad sana estimula y practica la solidaridad, el respeto de la dignidad de todos los seres humanos y el imperio de la ley. Eso hace que la posibilidad de acordarse desde las diferencias, entenderse y buscar puntos de encuentro para convivir en paz, sea la norma y no la excepción.

 2.- La libertad tiene límites. Si queremos convivir en paz no podemos hacer lo que nos dé la gana en todo momento y lugar. En una sentencia breve expresada en su "Manifiesto a la Nación Mexicana" el 15 de julio de 1867, con la cual selló el triunfo definitivo de la República, Benito Juárez (1806-1872) dejó para la historia este gran mensaje: "El respeto al derecho ajeno es la paz".

 3.- No se puede hacer política promoviendo la catástrofe. La política seria, tanto la del gobierno como la de oposición, se encuentra en la obligación de formular soluciones, presentar alternativas y contribuir con el progreso de la sociedad. Quien haga "política" desde la búsqueda alevosa del daño, se aparta tanto del camino político como de la democracia.

Prestemos atención a las claves de nuestro tiempo y seguramente encontraremos guías para retomar el camino de la convivencia, el progreso y la paz. No sigamos con la brújula perdida porque, en verdad, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Por Luis Loaiza Rincón

Publicar un comentario

0 Comentarios