Caracas— Durante años, los venezolanos que anhelan el fin del gobierno de Nicolás Maduro han puesto su esperanza en un actor improbable: el Ejército del país. Sin embargo, incluso con la inusual y amenazante concentración de fuerzas navales estadounidenses frente a sus costas, el hombre fuerte bolivariano es prácticamente a prueba de golpes de Estado.
La presión exterior, marcada por el despliegue del Comando Sur de EE. UU. —que incluye destructores y cruceros de misiles guiados— bajo la bandera de la lucha contra el narcotráfico, ha avivado las tensiones en el Caribe. Pero mientras Washington busca "fracturar la estructura de poder" en Caracas, la clave del control de Maduro sigue siendo su exitosa cooptación y purga de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB).
El enigma de la lealtad militar
El prolongado estancamiento político de Venezuela se reduce a una ecuación simple: la lealtad del alto mando. La oposición ha fallado repetidamente en sus intentos de provocar una fisura militar, siendo el fracaso de la "Operación Libertad" de 2019, liderada por Juan Guaidó, el ejemplo más contundente.
Analistas de seguridad señalan que, si bien puede existir un amplio descontento entre los oficiales de menor rango debido a la crisis económica, la cúpula militar está firmemente atada al régimen a través de privilegios económicos y la participación directa en sectores clave de la economía y el gobierno. Maduro ha integrado a los militares en la estructura estatal de manera profunda, haciendo que el destino de los generales y el del régimen sean inseparables.
Los intentos de insurrección han sido neutralizados mediante una intensa contrainteligencia y purgas internas, lo que ha generado una desconfianza generalizada dentro de las propias filas. Para muchos militares descontentos, el riesgo de un levantamiento supera el beneficio, pues saben que la caída de Maduro podría significar el fin de sus carreras e incluso la cárcel.
La flota de EE. UU. y la respuesta del chavismo
El reciente despliegue naval estadounidense, si bien no representa una amenaza de invasión inminente según los expertos, ha sido interpretado por Caracas como una provocación directa. El Pentágono ha mantenido que su misión es combatir a los cárteles de la droga, pero la Casa Blanca simultáneamente ha calificado a Maduro como "ilegal" y ha mantenido una retórica de máxima presión.
En respuesta, el gobierno ha:
1. Movilizado a la Milicia Nacional Bolivariana, una fuerza civil armada que Maduro afirma cuenta con millones de miembros, activando la doctrina de la "guerra de todo el pueblo".
2. Lanzado la operación de "resistencia" militar en instalaciones estratégicas.
Esta movilización no es solo una defensa externa, sino una demostración interna de fuerza, diseñada para reafirmar el control y cohesionar a la FANB frente a una "amenaza imperialista" percibida. El resultado es un estancamiento estratégico: la oposición no puede mover al ejército y Estados Unidos no parece dispuesto a usar la fuerza más allá de la presión psicológica y las sanciones.
Para los venezolanos que anhelan la democracia, la espera por una intervención militar—ya sea interna o externa—se convierte en una resignación a que el cambio debe provenir de fuerzas no militares, mientras el inexpugnable control de Maduro sobre sus fuerzas armadas permanece como el principal blindaje del régimen.
Con información de The Wall Street Journal

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