LA TIRANIA DE LAMAYORÍA



Por: Luis Loaiza Rincón * 


Cualquier diccionario elemental nos dirá que la tiranía implica el abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad. Específicamente, tirano será aquél que obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, y principalmente que lo rige sin justicia y a medida de su voluntad. Pero el término se aplica también al que abuse de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia.

 

De manera que es mucho más frecuente escuchar referencias del "tirano que controla abusivamente un país", que otras formas de tiranía, abuso de poder, superioridad o fuerza aplicadas en grado extremo, que son más cotidianas y presentes, y que pudieran, incluso, involucrarnos personalmente.

 

En efecto, la progresiva homogeneización de las costumbres surgida del proceso igualitario, que encuentra en la democracia su fórmula política más avanzada, puede originar una forma de tiranía en la que la mayoría se impone opresivamente, negando derechos individuales y destruyendo la posibilidad de crear una existencia sin miedo a ser diferentes. La mayoría ejerce su tiranía principalmente a través de la conformidad social, debilitando la independencia de juicio y la capacidad crítica. Se puede llegar a aplastar inquisitorialmente el juicio individual por la acción del dogmatismo grupal. Con el tiempo se crea una profunda resistencia a aceptar nuevas ideas, porque siempre será más cómodo vivir en la costumbre.

 

La mayoría no siempre tiene la razón y puede equivocarse con frecuencia. Por eso es fundamental que en la vida social y política se respete el ejercicio de la diferencia, de la libre opinión y de la tolerancia que entraña la libertad; esa compleja aspiración que nos lleva a ser independientes, que comporta una idea de obligación para uno mismo y que nos hace tener conciencia de nuestra propia valía y responsabilidad individual.

 

Pero, así como el antídoto contra la tiranía de la mayoría es el ejercicio de la libertad, la vida pública exige un equilibrio que permita superar el egoísmo individualista, participando en la construcción de un destino común, involucrándose en la política y en las más diversas formas de asociación que enaltezcan las cualidades ciudadanas.

 

Todos queremos que la política cambie, que mejoren las cosas y que podamos avanzar, pero cada vez son menos los que se involucran. Preferimos abstenernos o delegar para que otros, por obra de la providencia, sean los que nos resuelvan los problemas. La solución siempre estará en nuestras manos, porque el ser humano es capaz de cambiar tanto su sociedad como a sí mismo, pero tiene que atreverse ejerciendo plenamente su libertad.


*). Politólogo, Profesor ULA, Diputado AN

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